Con motivo del 100° aniversario del Día Internacional de la Mujer, el Parlamento Europeo votará hoy, día 8 de marzo, dos informes. En el primero, que trata la igualdad entre hombres y mujeres en la UE, los diputados piden la introducción de cuotas para asegurar una representación femenina adecuada en altos cargos empresariales y políticos. El segundo informe subraya que un 17% de las mujeres europeas vive en la pobreza y propone medidas para combatir este fenómeno. Más información
La violencia de género y el amor romántico
Escrito
por: Coral Herrera Gómez
Viernes 23 de noviembre de 2012 | 23:26
Obra de Marc Chagall
El amor romántico es la herramienta más potente para
controlar y someter a las mujeres, especialmente en los países en donde son
ciudadanas de pleno derecho y donde no son, legalmente, propiedad de nadie. Son
muchos los que saben que combinar el cariño con el maltrato hacia una mujer
sirve para destrozar su autoestima y provocar su dependencia, por lo tanto
utilizan el binomio maltrato-buen trato para enamorarlas perdidamente y así
poder domarlas.
Un ejemplo de ello es Kalimán, padrote mexicano que explica
cómo logra prostituir a sus mujeres: elige a las más pobres y necesitadas,
preferentemente a aquellas que están deseando salir del infierno hogareño en el
que viven, o aquellas que necesitan urgentemente cariño porque se encuentran
aisladas socialmente. Los padrotes siguen su guión a la perfección: primero las
colma de amor, atenciones y regalos durante dos meses, haciéndoles creer que es
la mujer de su vida y que siempre tendrá dinero disponible para sus necesidades
y caprichos. Después la mete unos días en un prostíbulo para que “le hagan
terapia” las muchachas; si ella se resiste, patalea, se enfada, lo mejor es
dejar que se le pase sola. Jamás pedirle perdón. Es necesario que sufra hasta
que su orgullo se desmorone y se ponga de rodillas, aceptando la derrota. El
macho debe mantenerse firme, mostrar su desprecio, marcharse en los momentos de
rabia máxima, y nunca apiadarse de las lágrimas de su esposa. Esta técnica les
asegura que ellas accedan a sus deseos y trabajen para él en la calle o en
puticlubs; la mayoría de ellas no tienen a dónde ir, y según ellos, una vez que
prueban el lujo ya no quieren volver a su pobreza.
Este relato de horror es muy común en el mundo entero. No
solo proxenetas y chulos, sino también numerosos novios y maridos tratan a las
mujeres como yeguas salvajes que hay que domesticar para que sean fieles,
sumisas y obedientes. Muchos siguen creyendo que las mujeres nacieron para
servir o para amar a los hombres. Y muchas mujeres lo seguimos creyendo
también.
“Por amor” las mujeres nos aferramos a situaciones de
maltrato, abuso y explotación. “Por amor” nos juntamos con tipos horrendos que
al principio parecen príncipes azules, pero que luego nos estafan, se
aprovechan de nosotras, o viven a costa nuestra. “Por amor” aguantamos insultos,
violencia, desprecio. Somos capaces de humillarnos “por amor”, y a la vez de
presumir de nuestra intensa capacidad de amar. “Por amor” nos sacrificamos, nos
dejamos anular, perdemos nuestra libertad, perdemos nuestras redes sociales y
afectivas. “Por amor” abandonamos nuestros sueños y metas, “por amor”
competimos con otras mujeres y nos enemistamos para siempre, “por amor” lo
dejamos todo…
Este “amor”, cuando nos llega, nos hace mujeres de verdad,
nos dignifica, nos hace sentir puras, da sentido a nuestras vidas, nos da un
status, nos eleva por encima del resto de los mortales. Este “amor” no es solo
amor: también es la salvación. Las princesas de los cuentos no trabajan: son
mantenidas por el príncipe. En nuestra sociedad, que te amen es sinónimo de éxito
social, que un hombre te elija te da valor, te hace especial, te hace madre, te
hace señora.
Este “amor” nos atrapa en contradicciones absurdas “debería
dejarle, pero no puedo porque le amo/porque con el tiempo cambiará/porque me
quiere/porque es lo que hay”. Es un “amor” basado en la conquista y la
seducción, y en una serie de mitos que nos esclavizan, como el de “el amor todo
lo puede”, o “una vez que encuentras a tu media naranja, es para siempre”. Este
“amor” nos promete mucho pero nos llena de frustración, nos encadena a seres a
los que damos todo el poder sobre nosotras, nos somete a los roles
tradicionales, y nos sanciona cuando no nos ajustamos a los cánones
establecidos para nosotras.
Este “amor” nos convierte
también en seres dependientes y egoístas, porque utilizamos estrategias
para conseguir lo que anhelamos, porque nos enseñan que una da para recibir, y
porque esperamos que el otro “abandone el mundo” del mismo modo que nosotras lo
hacemos. Es tanto el “amor” que sentimos que nos convertimos en seres amargados
que vomitan diariamente reproches y
reclamos. Si alguien no nos ama
como amamos nosotras, este “amor” nos hace victimistas y chantajistas (“yo que
lo doy todo por ti”). Este “amor” nos lleva a los infiernos cuando no somos
correspondidas, o cuando nos son infieles, o cuando nos abandonan: porque
cuando nos hemos dado cuenta, estamos solas en el mundo, alejadas de amigas y
amigos, familiares o vecinos, pendientes de un tipo que se cree con derecho a
decidir por nosotras.
Por eso este
“amor” no es amor. Es dependencia, es necesidad, es miedo a la soledad, es
masoquismo, es una utopía colectiva, pero no es amor.
Amamos
patriarcalmente: el romanticismo patriarcal es un mecanismo cultural para
perpetuar el patriarcado, mucho más potente que las leyes: la desigualdad anida
en nuestros corazones. Amamos desde el concepto de propiedad privada y
desde la base de la desigualdad entre hombres y mujeres. Nuestra cultura idealiza el amor femenino como
un amor incondicional, abnegado, entregado, sometido y subyugado. A las
mujeres se nos enseña a esperar y a amar a un hombre con la misma devoción que
amamos a Dios o esperamos a Jesucristo.
A las mujeres nos han enseñado a amar la libertad del
hombre, no la nuestra propia. Las grandes figuras de la política, la economía,
la ciencia o el arte han sido siempre hombres. Admiramos a los hombres y les
amamos en la medida en que son poderosos; las mujeres privadas de recursos
económicos y propiedades necesitan hombres para poder sobrevivir.
La desigualdad económica por razones de género nos lleva a
la dependencia económica y sentimental de las mujeres. Los hombres ricos nos
resultan atractivos porque tienen dinero y oportunidades, y porque nos han
enseñado desde pequeñas que la salvación está en encontrar un marido. No nos
han enseñado a luchar por la igualdad para que tengamos los mismos derechos,
sino a estar guapas y conseguir a
alguien que te mantenga, te quiera y te proteja, aunque para ello tengas que
quedarte sin amigas, aunque tengas que juntarte a un hombre violento,
desagradable, egoísta o sanguinario. El ejemplo más claro lo tenemos en los
capos de los narcos: tienen todas las mujeres que quieren, tienen todos los
coches, droga, tecnología que desean, tienen todo el poder para atraer a muchachas
solas y sin recursos ni oportunidades.
Esta desigualdad estructural
que existe entre mujeres y hombres se perpetúa a través de la cultura y
la economía. Si gozásemos de los mismos recursos económicos y pudiésemos criar
a nuestros bebés en comunidad, compartiendo recursos, no tendríamos relaciones
basadas en la necesidad; creo que nos amaríamos con mucha más libertad, sin
intereses económicos de por medio. Y disminuiría drásticamente el número de
adolescentes pobres que creen que embarazándose van a asegurarse el amor del
macho, o al menos una pensión alimenticia durante veinte años de su vida.
A los hombres también los enseñan a amar desde la
desigualdad. Lo primero que aprenden es que cuando una mujer se casa contigo es
“tu mujer”, algo parecido a “mi marido” pero peor. Los varones tienen dos
opciones: o se dejan querer desde arriba (machos alfa), o se arrodillan ante la
amada en señal de rendición (calzonazos). Los hombres parecen mantenerse
tranquilos mientras son amados, ya que la tradición les enseña que ellos no
deben darle demasiada importancia al amor en sus vidas, ni dejar que las
mujeres le invadan todos los espacios, ni expresar en público sus afectos.
Toda esta contención se rompe cuando la esposa decide
separarse e iniciar sola su propio camino. Como en nuestra cultura vivimos el
divorcio como un trauma total, las herramientas de las que disponen los varones
son pocas: pueden resignarse, deprimirse, autodestruirse (algunos se suicidan,
otros se enzarzan en alguna pelea a muerte, otros conducen a toda velocidad en
sentido contrario), o reaccionar con violencia contra la mujer que dicen
amar. Ahí es cuando entra en juego la
maldita cuestión del “honor”, el máximo exponente de la doble moral: los
hombres de manera natural persiguen hembras, las hembras deben morir asesinadas
si acceden a sus deseos. Para los hombres tradicionales, la virilidad y el
orgullo están por encima de cualquier meta: se puede vivir sin amor, pero no
sin honor.
Millones de mujeres mueren a diario por “crímenes de honor”
a manos de sus maridos, padres, hermanos, amantes, o por suicidio (obligadas
por sus propias familias). Los motivos: hablar con un hombre que no sea tu
marido, ser violada, o querer divorciarse. Un solo rumor puede matar a
cualquier mujer. Y estas mujeres no pueden emprender una vida propia fuera de
la comunidad: no tienen dinero, no tienen derechos, no son libres, no pueden
trabajar fuera de casa. No hay forma de escapar.
Las mujeres que sí gozan de derechos, sin embargo, también
se ven atrapadas en sus relaciones matrimoniales o sentimentales. Mujeres
pobres y analfabetas, mujeres ricas y cultivadas: la dependencia emocional
femenina no distingue entre clases sociales, etnias, religiones, edad u
orientación sexual. Son muchas en todo el planeta las mujeres que se someten a
la tiranía del “aguante por amor”.
El amor romántico es, en este sentido, una herramienta de
control social, y también un anestesiante. Nos lo venden como una utopía
alcanzable, pero mientras vamos caminando hacia ella, buscando la relación
perfecta que nos haga felices, nos encontramos con que el mejor modo de
relacionarse es perder la libertad propia, y renunciar a todo con tal de
asegurar la armonía conyugal.
En esta supuesta “armonía”, los hombres tradicionales desean
esposas tranquilas que les amen sin pedir nada (o muy poco) a cambio. Cuanto
más deteriorada sienten las mujeres su autoestima, más se victimizan, y más
dependientes son. Por lo tanto, más les cuesta entender que el amor de verdad
no tiene nada que ver con la sumisión, ni con el sacrificio, ni con el aguante.
Hacienda, la Iglesia, los Bancos, la televisión, etc
penalizan la soltería y promueven el matrimonio heterosexual, así que parece que
estamos obligadas a ser felices o a ir contracorriente. Cuando el amor acaba o
se rompe lo vivimos como un fracaso y como un trauma: nos entra miedo,
sensación de desamparo, de soledad, nos atacan las angustias al vernos solos y
solas en un mundo tan individualista. Cuando nos dejan o dejamos a nuestra
pareja, muchos nos desesperamos completamente: gritamos, pataleamos,
chantajeamos, victimizamos, culpabilizamos, amenazamos.
No tenemos herramientas para asumir las pérdidas. No sabemos
separar nuestros caminos, no sabemos tratar con cariño al que se quiere alejar
de nosotros o al que ha encontrado nueva pareja. No sabemos cómo gestionar las
emociones: por eso es tan frecuente el cruce de amenazas, insultos, reproches,
venganzas, y putadas entre los cónyuges.
Y por eso, también, tantas mujeres son castigadas,
maltratadas y asesinadas cuando deciden separarse y reiniciar su vida. La
cantidad de hombres que no poseen herramientas para enfrentarse a una
separación es mucho mayor: desde niños aprenden que deben ser los reyes, y que
los conflictos se solucionan con violencia. Si no lo aprenden en casa, lo
aprenden en televisión: sus héroes hacen justicia mediante la violencia,
imponiendo su autoridad. Sus héroes no lloran, a no ser que consigan su
objetivo (como ganar una copa de fútbol).
Lo que nos enseñan en las películas, cuentos, novelas,
series de televisión es que las chicas de los héroes esperan con paciencia, los
adoran y los cuidan, y están disponibles para entregarse al amor cuando ellos
tengan tiempo. Las chicas de la publicidad ofrecen su cuerpo como mercancía,
las chicas buenas de las pelis ofrecen su amor como premio a la valentía
masculina. Las chicas buenas no abandonan a sus esposos. Las chicas malas que
se creen dueñas de su cuerpo y su sexualidad, que se creen dueñas de su propia
vida, o que se rebelan, siempre se llevan su castigo merecido (la cárcel,
enfermedad, ostracismo social o muerte).
A las chicas malas no solo las odian los hombres, sino
también las mujeres buenas, porque desestabilizan todo el orden “armonioso” de
las cosas cuando toman decisiones y rompen con ataduras. Los medios de
comunicación a menudo nos presentan los casos de violencia contra las mujeres
como crímenes pasionales, y justifican los asesinatos o la tortura con expresiones
como esta: “ella no era una persona muy normal”, “el había bebido”, “ella ya
estaba con otra persona”, “él cuando se enteró enloqueció”. Y si la mató, fue
porque “algo habrá hecho”. La culpa entonces recae sobre ella, y la víctima es
él. Ella metió la pata y merece un castigo, él merece vengarse para calmar su
dolor y reconstruir su orgullo.
La violencia es un componente estructural de nuestras
sociedades desiguales, por eso es necesario que el amor no se confunda con
posesión, del mismo modo que no debemos confundir la guerra con “ayuda
humanitaria”. En un mundo donde utilizamos la fuerza para imponer mandatos y
controlar a la gente, donde ensalzamos la venganza como mecanismo para
gestionar el dolor, donde utilizamos el castigo para corregir desviaciones y la
pena de muerte para reconfortar a los agraviados, se hace necesario más que
nunca que aprendamos a querernos bien.
Es vital que entendamos que el amor ha de estar basado en el
buen trato y en la igualdad. Pero no solo hacia el cónyuge, sino hacia la
sociedad entera. Es fundamental establecer relaciones igualitarias en las que
las diferencias sirvan para enriquecernos mutuamente, no para someternos unos a
otros. Es también esencial empoderar a las mujeres para que no vivamos sujetas
al amor, y también enseñar a los hombres a gestionar sus emociones para que
puedan controlar su ira, su impotencia, su rabia, y su miedo, y para que
entiendan que las mujeres no somos objetos personales, sino compañeras de vida.
Además, debemos proteger a los niños y las niñas que sufren en casa la
violencia machista, porque han de soportar la humillación y las lágrimas de su
heroína, mamá, porque han de aguantar los gritos, los golpes y el miedo, porque
han de vivir aterrorizados, porque se quedan huérfanos, porque su mundo es un
infierno.
Es urgente acabar con el terrorismo machista: en España ha
matado a más personas que el terrorismo de ETA. Sin embargo, la gente se indigna más ante el segundo, sale
a la calle a protestar contra la violencia, cuida a sus víctimas. El terrorismo
machista se considera una cuestión personal que afecta a determinadas mujeres,
por eso mucha gente que oye gritos de auxilio no reacciona, no denuncia, no
interviene. Echando un vistazo a las cifras podremos darnos cuenta de que lo
personal es político, y también económico: la crisis acentúa el terror,pues
muchas no pueden plantearse separarse, y el divorcio queda para las parejas que
puedan permitírselo económicamente. Una prueba de ello es que ahora se
denuncian menos casos y en ocasiones las mujeres se echan para atrás; con las
tasas judiciales aprobadas en España, las mujeres más humildes ni se van a
plantear ir a denunciar: apelar a la justicia es cosa de ricas.
Es urgente trabajar
con hombres (prevención y tratamiento) y proteger a las mujeres y a sus
hijos/as.Debemos empoderar a las mujeres, pero debemos trabajar también con los
hombres, si no toda lucha será en vano. Es necesario promover las políticas
públicas para que tengan un enfoque de género integral, y es necesario que los medios
ayuden a generar un rechazo generalizado hacia esta forma de terror instalado
en tantos hogares del mundo.
Es necesario un cambio social y cultural , económico y
sentimental. El amor no puede estar basado en la propiedad privada, y la violencia no puede ser una herramienta
para solucionar problemas. Las leyes contra la violencia de género son muy
importantes, pero han de ir acompañadas de un cambio en nuestras estructuras
emocionales y sentimentales. Para que ello sea posible, tenemos que cambiar nuestra
cultura y promover otros modelos amorosos que no estén basados en luchas de
poder para dominarnos o someternos. Otros modelos femeninos y masculinos que no
estén basados en la fragilidad de unas y la brutalidad de otros.
Tenemos que aprender a romper con los mitos, a deshacernos
de las imposiciones de género, a dialogar, a disfrutar de la gente que nos
acompaña en el camino, a unirnos y separarnos en libertad, a tratarnos con
respeto y ternura, a asimilar las pérdidas, a construir relaciones bonitas. Tenemos
que romper con los círculos de dolor que heredamos y reproducimos
inconscientemente, y tenemos que liberar a mujeres, a los hombres y a los que
no son ni una cosa ni otra, del peso de las jerarquías, de la tiranía de los
roles, y de la violencia.
Tenemos que trabajar mucho para que el amor se expanda y la
igualdad sea una realidad, más allá de los discursos. Por eso este texto está
dedicado a todas las mujeres y hombres que luchan contra la violencia de género
en todos los puntos del planeta: grupos de mujeres contra la violencia, grupos
de autorreflexión masculina, autores/as que investigan y escriben sobre este
fenómeno, artistas que trabajan por visibilizar esta lacra social, políticos/as
que trabajan para promover la igualdad, activistas que salen a la calle a
condenar la violencia, maestros y profesoras que hacen su labor de
sensibilización en las aulas, ciberfeministas que juntan firmas para
visibilizar los asesinatos e impulsar leyes, líderes y lideresas que trabajan
en las comunidades para erradicar el maltrato y la discriminación de las
mujeres. La mejor forma de luchar contra la violencia es acabar con la
desigualdad y el machismo: analizando, visibilizando, deconstruyendo,
denunciando y reaprendiendo junt@s.
Escrito por: Coral Herrera Gómez
Doctora en Humanidades y Comunicación Audiovisual